"Las malas personas no pueden ser buenos periodistas"
R. Kapuscinski
Era divertido. Me
apasionaba. Me volvía loca. Podía
pasarme las tardes de invierno encerrada en mi habitación. No necesitaba mucho,
solo un viejo radio cassette y mi imaginación. Todo lo que me rodeaba se
metamorfoseaba en un auténtico estudio de radio: con su micrófono, su locutorio,
su control de producción… En mi fantasía, había sitio, incluso, para unas preciosas
y acogedoras paredes “mulliditas” que me aislaban del sonido del mundo exterior.
En ocasiones, mi hermana pequeña se animaba, y hacía las veces de entrevistada.
Escribíamos pequeños guiones, y grabábamos y escuchábamos nuestras aniñadas
voces una y otra vez.
Era divertido. Me
apasionaba. Me volvía loca. Pasaban los años y yo seguía igual. Incluso peor. Lo mismo me hacía pasar por una redactora con
la máquina de escribir de mis abuelos como única herramienta, como les ponía
delante de una cámara digital y les hacía todo tipo de preguntas sobre su vida,
obra, y milagros. Más tarde, empecé a ayudar a la bibliotecaria de mi colegio.
Fue ella la encargada de abrirme un mundo totalmente desconocido para mí hasta
entonces. Empecé a colaborar con una sección del Diario La Rioja llamada
“Escuela”. Cada semana, la bibliotecaria les enviaba redacciones que yo
escribía acerca de actividades culturales o excursiones que organizábamos en el
colegio, acompañadas por fotos de todos los chicos y chicas de mi clase. ¡Cuándo
salía publicado era todo un acontecimiento! El gusanillo no desapareció de mi
estómago, así que seguí escribiendo en el instituto, pero esta vez en Cartas al
Director del mismo periódico. La recompensa llegó nada más terminar la PAU, con
la publicación de un Tribuna, escrito y firmado por mi. No podía creerlo. Ni
siquiera ahora.
Era divertido. Me
apasionaba. Me volvía loca. Y de repente, aquí estaba: en la mejor Facultad de
Comunicación de España. Ese lugar del que tanto había leído y del que tanto me
habían hablado. Me paseaba descontrolada, de un lado para otro, intentando
empaparme de todo lo que captaban mis ojos. “¿Qué
estudias?” Me preguntaban. Y yo, siempre, instintivamente, contestaba: “Periodismo y Filología Hispánica”. En lugar de Filología Hispánica y Periodismo:
el nombre oficial del doble grado.
Era divertido. Me
apasionaba. Me volvía loca. Y de repente, me vi inmersa en el meollo de la
cuestión: enfrente de una cámara y con un micrófono en la mano. La Televisión
de La Rioja me dio la oportunidad de familiarizarme con la profesión de la
mejor manera posible: viviéndola y sintiéndola en mis propias carnes. Yo sola
ante el peligro. Dos veranos y unas navidades que me han hecho madurar personal
y profesionalmente. Me he visto crecer y evolucionar a pasos agigantados en un
proceso de aprendizaje constante. Dicen que la vida da muchas vueltas, pero puedo
asegurar que la vida en la tele, centrifuga. Durante este tiempo, he tenido el
honor de conversar con personajes de primer orden: artistas, políticos, compositores,
grupos, premiados, actores, músicos, medallistas olímpicos, directores de
series de televisión nacionales… Cada uno de ellos ha dejado un poquito de ella
en mi interior. Pero, si tengo que ser
sincera, lo que de verdad me ha marcado ha sido poder contar buenas historias:
historias sorprendentes e impactantes de personas aparentemente anónimas.
Porque para mí, el periodismo se resume en eso: en contar la vida.
Es divertido. Me apasiona.
Me vuelve loca. Y mi único deseo es poder dedicarme siempre a esto. Porque así,
soy feliz.