martes, 8 de marzo de 2016

Cuando la vida era otra cosa

Me acuerdo mucho de aquellos días. De cuando la vida era otra cosa. ¿Te acuerdas tú?

Cuántos buenos momentos a tu lado. Cuántos paseos de tu mano. Cuántos recuerdos. Cuántas sonrisas. Has sido una de las partes más importante de mi vida durante estos 18 años. Y soy lo que soy gracias a ti. Has sido mi pilar. Mi punto de apoyo. El que me ponía los pies en la tierra y me daba los mejores consejos del mundo. Con una mirada nos lo decíamos todo, y arropada por tus brazos me sentía la niña más feliz del todo el universo. Porque aunque tuviese ya la mayoría de edad me seguías tratando como a una “mocosa”. Siempre diciéndome que me abrigase bien no me fuese a poner mala, y comprándome fresas y cerezas, que sabías que me encantaban. 

Y sí, me acuerdo mucho de aquellos días, de cuando la vida era otra cosa. Me apasionaba ir contigo de excursión, a cualquier sitio, pero contigo. Fui aprendiendo y descubriendo el mundo a tu lado. Eras mi maestro, mi confidente, mi héroe. Siempre recordaré la primera vez que me llevaste a la estación de tren. Yo tenía casi 4 años, y nunca había visto tan de cerca un ferrocarril:  con su locomotora, sus vagones… Me asombró. Cuando el tren paró, y empezaron a bajar los primeros pasajeros, me preguntaste guiñándome un ojo: “¿Qué? ¿Nos montamos y cuando estemos lejos llamamos a tu abuela desde una cabina?”. Al final, no nos atrevimos. Aunque por las ganas, nos hubiésemos ido los dos a ver mundo, inseparables. 

Eras la primera persona que veía al salir del cole, el que me traía y me llevaba, el que me llevaba y me traía. El que nos enseñó a montar en bici a Elena y a mí, y el que saltaba, corría, jugaba al balón y cantaba a nuestro lado. Eras tú quién me elevaba, alto, muy alto. Aquellos años fueron como estar sentada en un columpio mientras tú me impulsabas, para que volase, y consiguiese mis sueños. Siempre has sido incansable, abuelo. Nos pasábamos las tardes disfrutando con el escondite, la brisca, el parchís, haciendo manualidades, dibujando, actuando, bailando, cantando o incluso disfrazándonos. Radiabas vitalidad allá a dónde ibas, hasta el último momento. Siempre con tu bici, tu gorra, tenías un auténtico espíritu aventurero Recuerdo con especial cariño nuestras charlas filosóficas. Eras un gran observador, y te encantaba conversar. Me enseñaste a ver el mundo desde otro ángulo, y guardo tus consejos como verdaderos tesoros. Charlábamos de mil cosas mientras yo me quedaba embobada mirándote mientras te escuchaba. 

Lo peor era cuando brotaba mi vena periodística, y me ponía a hacerte entrevistas cómo si de un artista de Hollywood te tratases. Tengo que confesarte que me encantaba verte a través del objetivo de la cámara. Esa mirada serena que reflejaba bondad, viveza, y armonía me fascinaba. Cuando cierro los ojos muy muy fuerte puedo oírte. Es como si todavía te tuviese a mi lado, hablándome muy bajito y cogiéndome de la mano. De pequeña al irme de tu casa me preguntabas: “¿Cuánto me quieres?” y yo te respondía sin dudarlo ni una vez: “Cuarenta mil arrobas”. Nada más y nada menos. Y que si abuelo, que me acuerdo muchos de aquellos días, de cuando la vida era otra cosa. ¿Te das cuenta? Amador. El significado de tu nombre refleja a la perfección lo que fuiste y lo que sigues siendo. Un hombre que ama, que quiere, amable, generoso y con un gran sentido del humor. Diste todo por nosotras, nos dedicaste tu tiempo, tu cariño, tu vida. Anteponías la felicidad de tus seres queridos a la tuya propia. Ahora entiendo por qué abuela se enamoró de ti. Sería imposible no hacerlo. Se enamoró de un chico sagaz y valiente, atrevido y trabajador, pero sobre todo, buena persona. Fuiste un hombre muy guapo, siempre con una sonrisa como carta de presentación y con un corazón de oro. Cimentaste los pilares de su vida al lado de tu alma gemela, tu gran amor: abuela Zulima. Cuánto la querías eh abuelito, tu fiel compañera de vida, dabas lo que fuera por verla feliz. Cuando os mirabais la complicidad era palpable a kilómetros. No eráis nada el uno sin el otro, os complementabais a la perfección. Amador y Zulima. Zulima y Amador. Siempre juntos. Como uña y carne. Mucho más que eso. 

Sigo acordándome mucho de aquellos días. De cuando la vida era otra cosa. De cuando me refugiaba en ti, y de cuando era completamente feliz. Estuviste siempre ahí, en mis mejores y peores momentos. El primero que venía a verme a los conciertos, el primero que se preocupaba, y el que más se alegraba de mis triunfos. Sé que me escuchas, que nos estás viendo aquí a todos en Santa María. El pueblo que te vio nacer hace casi 82 años, y dónde también vino al mundo tu querida hija Mariví, qué cuántas alegrías te dio. La niña de tus ojos. Siempre la mirabas con admiración, orgulloso de la fantástica hija a la que criaste, y a la que cómo a nosotras, le enseñaste todo lo que sabías. Aquí y allí, todo me recuerda a ti. Cada rincón, cada olor, cada sonido. Cuando no se qué hacer, o qué camino tomar, pienso en ti, en qué es lo que harías tú, y siempre encuentro la respuesta adecuada.

 Y que aunque no quiera, me acuerdo mucho de aquellos días. De cuando la vida era otra cosa. Ahora me queda el consuelo de saber que seguirás aquí, conmigo, a mi vera, cuidándome y mimándome como siempre lo has hecho. Sólo me queda decirte que GRACIAS por habernos dado tanto, y que nunca jamás te olvidaremos. 


Te quiero muchísimo.