jueves, 4 de febrero de 2016

Azúcar con café






"Tu y yo no somos más que tiempo. 
Y si no hay tiempo... ¿Qué nos queda?" 




Coges el azucarillo y sin preguntarme lo viertes por completo en mi taza de café. Bajas la mirada y sonríes. Sabes perfectamente cómo me gusta. Rarezas. Lo mismo que la carne muy muy muy hecha y las moras de gominola. "Demasiado dulce para mi", piensas para tus adentros. Tu eres más de sabores puros, y a mi me gusta endulzar las cosas. Mejorarlas. 

Don Quijote tenía una opinión parecida... A él le perdía lo dulce de la vida. Un pobre idealista que buscaba cambiar el mundo en el que vivía. Aunque a veces la realidad es como el café: más amarga de lo que parece, y allí estaba Sancho para recordárselo. Eso sí, el caballero andante no perdió la esperanza hasta el último momento.

Soy de las personas que lo dan todo de sí mismas, así sin pensar.  Porque yo creo que si no ardes por algo o por alguien, si no hay nada que te sacuda hasta el alma, vas muy mal: vives a medias. Una amiga me dice siempre que no comprende cómo nunca me enfado: "Chica, no entiendo cómo lo haces... te hago cosas y no te cabreas, nunca chillas o te pones de mala leche". ¿De qué sirve eso? Dime. La vida es demasiado corta para perder el tiempo, para desperdiciarla en tonterías. ¿Y si no nos volviéramos a ver? ¿Y si de repente desaparecieses de la noche a la mañana? No podría vivir con la carga a mis espaldas del tiempo malgastado, tirado a la basura. Nunca sabes cuando es la última vez que verás a alguien. Y el tiempo, como las oportunidades, es algo que jamás regresa. Por eso es mejor arrepentirse toda la vida que no habérsela jugado. Al final, todo va de apuestas. 

¿Por cuántas personas pondrías la mano en el fuego? ¿Cuántas te han demostrado lo que jamás te demostrará nadie? 

¿A quién le seguirías preparando su azúcar con café para el resto de los días?