sábado, 18 de junio de 2016
Alta rentabilidad
"La única independencia posible es la que te libera por dentro"
Risto Mejide
Vivimos en la sociedad de la inmediatez. Del "aquí y ahora".
Llegamos a consumir información a una velocidad de vértigo a través de Twitter, Facebook y mil y una más redes sociales que todavía ni siquiera sabemos que existen. No tenemos tiempo para los periódicos, ni siquiera para ver de forma pasiva los informativos. "Demasiado esfuerzo", pensamos, "demasiado tiempo perdido", nos repetimos. No somos capaces de profundizar mínimamente en un tema y vemos únicamente la punta del iceberg de la vida.
Dicen que la superficie de las cosas es un sitio muy cómodo, y es por eso por lo que banalizamos todo hasta límites insospechados. Las tardes eternas alrededor de una caña o un café sin límites, en la que se conversaba sobre temas filosófico-trascendentales han quedado muy atrás. Ahora son sustituidas por conversaciones frívolas acerca de bloggers, instagram, fiesta y ¡cómo no! por una buena dosis de insano marujeo.
Sin embargo, esto no es lo que más me asusta. Lo que me provoca auténtico pavor es que hemos transmitido esta angustiosa y enfermiza necesidad de inmediatez al amor. Desgastamos las relaciones a un ritmo frenético. No nos damos tiempo a conocer a la otra persona, y nos echamos en sus brazos con una venda en los ojos. A la semana de conocernos una noche de fiesta, nos vamos a vivir juntos, porque eres el amor de mi vida...
A veces, las cosas requieren más tiempo del que pensamos. Y eso, no significa que lo estemos perdiendo, sino que lo estamos invirtiendo en el futuro, con una rentabilidad muy alta.
domingo, 17 de abril de 2016
Mea culpa
"¿Quién no tiene el valor para marcharse?
¿Quién prefiere quedarse y aguantar... marcharse y aguantar?"
¿Quién prefiere quedarse y aguantar... marcharse y aguantar?"
Turnedo - Iván Ferreiro
Hola, soy yo.
¿Se puede?
...Ya se que no me esperabas, y que ni mucho menos habías imaginado que apareciese así. Tan de repente y tan de la nada. Supongo que me he cansado de jugar al escondite. No quiero molestar..., así que si estás ocupado o... tienes cosas que hacer me puedo pasar otro día. ¿Ah, no? Entonces genial. Me quedaré un ratito por aquí.
Cierras la puerta con cuidado. Esa maldita puerta con la que yo siempre me peleaba porque no cerraba a la primera. No ha cambiado nada. Aunque todo está un poco más desangelado de cómo lo recordaba. Cientos de papeles sobre la mesa, y una taza de café a medio tomar. Huele a cerrado y a tabaco de liar. ¡Anda! Te has cortado el pelo. Y yo fijándome en la decoración. Lástima que en menos de un mes te vuelvan a crecer esos mechones rebeldes que te caen sobre la frente y que odias, e intentas levantar mientras te miras al espejo con rictus seductor.
Por aquí todo bien también. He vuelto a ser la de antes. La de siempre. Tal y cómo me recordaba. Y creo que lo necesitaba. ¡Al fin! Ahora ya puedo estirar las piernas con total libertad y moverme a mis anchas, aunque no me dejen ponerlas en el salpicadero... Todo tiene un precio. Podría contarte mil historietas, pero no vienen al caso. Aunque bueno, el otro día se me cayó el portón del maletero del coche a la cabeza. ¡Menudo golpazo! No se por qué, pero me acordé de ti. A lo mejor fue porque dolió un poco. No lo sé. ¿Pero sabes qué? Tienes suerte: te has perdido todas mis "chapadas" sobre política. Y ahora ya nadie te informa sobre actualidad sin que no quieras.
Quizás fuera eso, demasiada inflación informativa.
Mea culpa.
martes, 8 de marzo de 2016
Cuando la vida era otra cosa
Me acuerdo mucho de aquellos días. De cuando la vida era otra cosa. ¿Te acuerdas tú?
Cuántos buenos momentos a tu lado. Cuántos paseos de tu mano. Cuántos
recuerdos. Cuántas sonrisas. Has sido una de las partes más importante de mi vida durante
estos 18 años. Y soy lo que soy gracias a ti. Has sido mi pilar. Mi punto de apoyo. El que me
ponía los pies en la tierra y me daba los mejores consejos del mundo. Con una mirada nos lo
decíamos todo, y arropada por tus brazos me sentía la niña más feliz del todo el universo.
Porque aunque tuviese ya la mayoría de edad me seguías tratando como a una “mocosa”.
Siempre diciéndome que me abrigase bien no me fuese a poner mala, y comprándome fresas y
cerezas, que sabías que me encantaban.
Y sí, me acuerdo mucho de aquellos días, de cuando la vida era otra cosa. Me apasionaba ir
contigo de excursión, a cualquier sitio, pero contigo. Fui aprendiendo y descubriendo el mundo
a tu lado. Eras mi maestro, mi confidente, mi héroe. Siempre recordaré la primera vez que me
llevaste a la estación de tren. Yo tenía casi 4 años, y nunca había visto tan de cerca un
ferrocarril: con su locomotora, sus vagones… Me asombró. Cuando el tren paró, y empezaron
a bajar los primeros pasajeros, me preguntaste guiñándome un ojo: “¿Qué? ¿Nos montamos y
cuando estemos lejos llamamos a tu abuela desde una cabina?”. Al final, no nos atrevimos.
Aunque por las ganas, nos hubiésemos ido los dos a ver mundo, inseparables.
Eras la primera persona que veía al salir del cole, el que me traía y me llevaba, el que me
llevaba y me traía. El que nos enseñó a montar en bici a Elena y a mí, y el que saltaba, corría,
jugaba al balón y cantaba a nuestro lado. Eras tú quién me elevaba, alto, muy alto. Aquellos
años fueron como estar sentada en un columpio mientras tú me impulsabas, para que volase,
y consiguiese mis sueños. Siempre has sido incansable, abuelo. Nos pasábamos las tardes
disfrutando con el escondite, la brisca, el parchís, haciendo manualidades, dibujando,
actuando, bailando, cantando o incluso disfrazándonos. Radiabas vitalidad allá a dónde ibas,
hasta el último momento. Siempre con tu bici, tu gorra, tenías un auténtico espíritu aventurero
Recuerdo con especial cariño nuestras charlas filosóficas. Eras un gran observador, y te
encantaba conversar. Me enseñaste a ver el mundo desde otro ángulo, y guardo tus consejos
como verdaderos tesoros. Charlábamos de mil cosas mientras yo me quedaba embobada
mirándote mientras te escuchaba.
Lo peor era cuando brotaba mi vena periodística, y me ponía a hacerte entrevistas cómo si de
un artista de Hollywood te tratases. Tengo que confesarte que me encantaba verte a través del
objetivo de la cámara. Esa mirada serena que reflejaba bondad, viveza, y armonía me
fascinaba. Cuando cierro los ojos muy muy fuerte puedo oírte. Es como si todavía te tuviese a
mi lado, hablándome muy bajito y cogiéndome de la mano. De pequeña al irme de tu casa me
preguntabas: “¿Cuánto me quieres?” y yo te respondía sin dudarlo ni una vez: “Cuarenta mil
arrobas”. Nada más y nada menos.
Y que si abuelo, que me acuerdo muchos de aquellos días, de cuando la vida era otra cosa. ¿Te
das cuenta? Amador. El significado de tu nombre refleja a la perfección lo que fuiste y lo que
sigues siendo. Un hombre que ama, que quiere, amable, generoso y con un gran sentido del
humor. Diste todo por nosotras, nos dedicaste tu tiempo, tu cariño, tu vida. Anteponías la
felicidad de tus seres queridos a la tuya propia. Ahora entiendo por qué abuela se enamoró de
ti. Sería imposible no hacerlo. Se enamoró de un chico sagaz y valiente, atrevido y trabajador,
pero sobre todo, buena persona. Fuiste un hombre muy guapo, siempre con una sonrisa como
carta de presentación y con un corazón de oro. Cimentaste los pilares de su vida al lado de tu
alma gemela, tu gran amor: abuela Zulima. Cuánto la querías eh abuelito, tu fiel compañera de
vida, dabas lo que fuera por verla feliz. Cuando os mirabais la complicidad era palpable a
kilómetros. No eráis nada el uno sin el otro, os complementabais a la perfección. Amador y
Zulima. Zulima y Amador. Siempre juntos. Como uña y carne. Mucho más que eso.
Sigo acordándome mucho de aquellos días. De cuando la vida era otra cosa. De cuando me
refugiaba en ti, y de cuando era completamente feliz. Estuviste siempre ahí, en mis mejores y
peores momentos. El primero que venía a verme a los conciertos, el primero que se
preocupaba, y el que más se alegraba de mis triunfos. Sé que me escuchas, que nos estás
viendo aquí a todos en Santa María. El pueblo que te vio nacer hace casi 82 años, y dónde
también vino al mundo tu querida hija Mariví, qué cuántas alegrías te dio. La niña de tus ojos.
Siempre la mirabas con admiración, orgulloso de la fantástica hija a la que criaste, y a la que
cómo a nosotras, le enseñaste todo lo que sabías. Aquí y allí, todo me recuerda a ti. Cada
rincón, cada olor, cada sonido. Cuando no se qué hacer, o qué camino tomar, pienso en ti, en
qué es lo que harías tú, y siempre encuentro la respuesta adecuada.
Y que aunque no quiera, me acuerdo mucho de aquellos días. De cuando la vida era otra cosa.
Ahora me queda el consuelo de saber que seguirás aquí, conmigo, a mi vera, cuidándome y
mimándome como siempre lo has hecho. Sólo me queda decirte que GRACIAS por habernos
dado tanto, y que nunca jamás te olvidaremos.
Te quiero muchísimo.
jueves, 4 de febrero de 2016
Azúcar con café
"Tu y yo no somos más que tiempo.
Y si no hay tiempo... ¿Qué nos queda?"
Y si no hay tiempo... ¿Qué nos queda?"
Coges el azucarillo y sin preguntarme lo viertes por completo en mi taza de café. Bajas la mirada y sonríes. Sabes perfectamente cómo me gusta. Rarezas. Lo mismo que la carne muy muy muy hecha y las moras de gominola. "Demasiado dulce para mi", piensas para tus adentros. Tu eres más de sabores puros, y a mi me gusta endulzar las cosas. Mejorarlas.
Don Quijote tenía una opinión parecida... A él le perdía lo dulce de la vida. Un pobre idealista que buscaba cambiar el mundo en el que vivía. Aunque a veces la realidad es como el café: más amarga de lo que parece, y allí estaba Sancho para recordárselo. Eso sí, el caballero andante no perdió la esperanza hasta el último momento.
Soy de las personas que lo dan todo de sí mismas, así sin pensar. Porque yo creo que si no ardes por algo o por alguien, si no hay nada que te sacuda hasta el alma, vas muy mal: vives a medias. Una amiga me dice siempre que no comprende cómo nunca me enfado: "Chica, no entiendo cómo lo haces... te hago cosas y no te cabreas, nunca chillas o te pones de mala leche". ¿De qué sirve eso? Dime. La vida es demasiado corta para perder el tiempo, para desperdiciarla en tonterías. ¿Y si no nos volviéramos a ver? ¿Y si de repente desaparecieses de la noche a la mañana? No podría vivir con la carga a mis espaldas del tiempo malgastado, tirado a la basura. Nunca sabes cuando es la última vez que verás a alguien. Y el tiempo, como las oportunidades, es algo que jamás regresa. Por eso es mejor arrepentirse toda la vida que no habérsela jugado. Al final, todo va de apuestas.
¿Por cuántas personas pondrías la mano en el fuego? ¿Cuántas te han demostrado lo que jamás te demostrará nadie?
¿A quién le seguirías preparando su azúcar con café para el resto de los días?
Soy de las personas que lo dan todo de sí mismas, así sin pensar. Porque yo creo que si no ardes por algo o por alguien, si no hay nada que te sacuda hasta el alma, vas muy mal: vives a medias. Una amiga me dice siempre que no comprende cómo nunca me enfado: "Chica, no entiendo cómo lo haces... te hago cosas y no te cabreas, nunca chillas o te pones de mala leche". ¿De qué sirve eso? Dime. La vida es demasiado corta para perder el tiempo, para desperdiciarla en tonterías. ¿Y si no nos volviéramos a ver? ¿Y si de repente desaparecieses de la noche a la mañana? No podría vivir con la carga a mis espaldas del tiempo malgastado, tirado a la basura. Nunca sabes cuando es la última vez que verás a alguien. Y el tiempo, como las oportunidades, es algo que jamás regresa. Por eso es mejor arrepentirse toda la vida que no habérsela jugado. Al final, todo va de apuestas.
¿Por cuántas personas pondrías la mano en el fuego? ¿Cuántas te han demostrado lo que jamás te demostrará nadie?
¿A quién le seguirías preparando su azúcar con café para el resto de los días?
miércoles, 4 de noviembre de 2015
Vivir sin aire
No sé ni cómo ni por qué pero siempre me he llevado mejor con los chicos que con las chicas. Desde cría. Dicen que amigos muchos, pero que mejores amigas (de verdad), pocas. Y la vida me ha enseñado que eso es así.
Será que soy demasiado simple, demasiado sencilla, y que no me gusta complicarme la vida. Será que prefiero hablar de fútbol a hablar de cualquier reality show tipo Mujeres y Hombres, Gran Hermano, o Cámbiame. Será que hago caso omiso de lo que dicen los demás, y disfruto de los pequeños momentos siendo yo misma. Será que dejo a un lado los clichés y no persigo a grupos de machos alfa por las discotecas. Será, quizá, que no me dedico a fulminar con la mirada a "santos que no son de mi devoción" cuando pasan por mi lado. Será que valoro el sentido del humor, y que sé arreglar todo alrededor de una jarra de cerveza. Bueno, en mi caso, un vaso de café con hielo con mucho azúcar (a tanto no llego). O..., ¿qué narices? Será que soy rarita.
De lo que si que estoy completamente segura es de que a mi lado tengo y tendré siempre a los mejores amigos del mundo. Lejos, cerca o aquí al lado. Los que son hermanos, los que estás empezando a conocer, y los que te quedan por descubrir.
Esos que (muy puntuales) te escriben todas las madrugadas un whatsapp contándote los acontecimientos más reseñables de la noche. Esos con los que puedes compartir todo, incluso tus mayores secretos, porque sabes que no saldrán de ahí.
Especialistas en crear planes improvisados, los buscas y siempre están dispuestos. Los que acompañan, traen, llevan, juegan. Los que te llaman, día sí día no, para hacerte bromas telefónicas. Los que conocen tus defectos y les dan cobijo. Los que por mucho tiempo que pases sin ver siempre tienen sus brazos abiertos para ti.
Esos con los que estás como en casa. Los que te gritan aunque estén en la otra punta de la calle. Los que te sorprenden. Los que te encuentran y salvan. Los que te abren los ojos antes de que te abras la cabeza. Los que te dejan la sudadera. Los que te hacen brillar de verdad. Los que regresan a tu vida cuando más los necesitas. Los que te valoran más que nadie. Los que te alegran las mañanas con sus tonterías. O los que se cambian de carrera sin decírtelo, y te sorprenden un día en tu misma clase.
Esos con los que estás como en casa. Los que te gritan aunque estén en la otra punta de la calle. Los que te sorprenden. Los que te encuentran y salvan. Los que te abren los ojos antes de que te abras la cabeza. Los que te dejan la sudadera. Los que te hacen brillar de verdad. Los que regresan a tu vida cuando más los necesitas. Los que te valoran más que nadie. Los que te alegran las mañanas con sus tonterías. O los que se cambian de carrera sin decírtelo, y te sorprenden un día en tu misma clase.
Pero sobre todo, los que sin su presencia,... sería como vivir sin aire.
Gracias, chicos.
miércoles, 28 de octubre de 2015
Problemas
"Un problema es tan solo la diferencia entre lo esperado y lo obtenido de las personas o de la vida".
Problemas...
No tienes ni idea de qué es lo que haces pero, al final, siempre acabas rodeada de problemas que turban tu día a día. Que se entrometen sin preguntar en los rincones más recónditos de tu existencia. Y que enturbian tu felicidad hasta hacerla del color del barro.
Son problemas muy problemáticos: unos aparecen de la nada y se van cómo han venido, otros llegan, dan la vuelta a todo y tardan un tiempo en desaparecer. Pero también, hay otros (los peores) que aterrizan para nunca más volver a embarcar. Hay que tener mucho cuidado con estos últimos, debes ser muy hábil para lograr librarte de ellos y conseguir que se desvanezcan entre el humo que provocan.
Problema es todo aquello que cierra las puertas de la felicidad. Y sí, en plural, porque la felicidad tiene muchas puertas, infinitas. Algunos dicen que cuando una puerta se cierra, otra se abre. Otros, sin embargo, creen que las puertas ni se cierran ni se abren, que simplemente aparecen sin que tu hagas nada.
Yo nunca he sabido si las puertas se abren o aparecen, lo que si sé es que cruzar las puertas adecuadas te aleja de los problemas. Para siempre.
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