"Pero cuando tu apareces se desvanece el dolor,
y no necesito a nadie porque sé
que como todas las noches nos perderemos los dos
buscando algún paraíso artificial".
y no necesito a nadie porque sé
que como todas las noches nos perderemos los dos
buscando algún paraíso artificial".
Vivía sin grandes preocupaciones, haciendo y deshaciendo. Como si nada tuviese fecha de caducidad, como si siempre hubiese una oportunidad para... Como si fuese eterno, que a veces lo era, y como si todo lo que tenía hubiese echado raíces en torno a él. Aunque no le gustaba planear, todo lo lanzaba al futuro: próximo o lejano. Daba igual. Al fin y al cabo tenía todo el tiempo del mundo para hacer todo lo quería hacer. Para qué agobiarse. Para qué correr. Para que intentar ganarle la batalla al tiempo.
Yo era todo lo contrario. Sin reloj me sentía desnuda. Lo miraba continuamente porque valoraba cada segundo que se iba, cada momento que ya era pasado. Iba corriendo a todos los lados, tenía tantos sueños, tantas ilusiones. Quería saber tanto, conocer tanto... Hacer tanto.
El no lo sabía, pero yo no era tan cría como parecía ni tenía tan poca experiencia como él creía. No me había conocido antes de. No sabía quién era ni cómo había cambiado desde entonces. Porque no le daba importancia. Porque no lo había vivido. Fue en se momento dónde me cambió el chip, dónde bajé a la realidad y proyecté cómo quería que fuese mi vida a partir de entonces. A fin de cuentas, hay cosas que aunque no tengas la sabiduría de un hombre de ochenta años te hacen discernir entre lo que de verdad importa y lo que no. Pero sobre todo, te hacen darte cuenta de que no tienes todo el tiempo del mundo, de que todo se desvanece más rápido de lo que te gustaría y de que no siempre te van a dar otra oportunidad.
Lo que te rodea no va a estar ahí para siempre. Y menos, si no reaccionas a tiempo. Ojalá ese chip despierte pronto.